#dontfollowthisbike capítulo 19 de Raglan a Port Waikato

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Capítulo 19, llevo pensando todo el camino en escribir esta historia porque me han pasado tantas cosas esta semana y me lo he pasado tan bien que quería contarlo. Como dice mi padre, «el mundo no sería tan bonito si no pudieras compartirlo».
He pedaleado desde Raglan hasta Port Waikato. Son unos 120 kilómetros que, así en principio parecían sencillos pero ha resultado ser una gran aventura; sobre todo porque mi carrito y yo casi nos vamos río abajo.

La carretera principal que va desde Raglan hasta Port Waikato bordea la ría de Raglan y se aleja de la costa. Es una carretera transitada porque Hamilton está cerca y hay algunas otras ciudades grandes. No me apetecía mucho coger esa carretera. Estuve mirando el mapa y preguntando a la gente de Raglan. Yo lo que quería era seguir lo más cerca del mar posible hasta Port Waikato. En el mapa se veían caminos pequeñitos. Los locales me contaban que era precioso y que merecía la pena. Lo que pasa es que esos caminos empezaban justo al otro lado de la ría. Así que tenía que buscar alguien que me cruzase en barco. Estuve paseando cerca de la ría preguntando a todo el que tenía pinta de marinero. Al final conocí a Ian. Pelo rizado, gafas de sol en la cabeza y mofletes colorados. Pantalón corto con bolsillos roto y náuticos antiguos. Típico tío de mar; podría ser Alicantino perfectamente. Su cara me recordaba a alguien. Al día siguiente me encontraba con el a las 8:30 de la mañana para cruzar la ría por 10 dólares.

Subimos la bici y todo el tinglado y nos pusimos en marcha. Iba en el barco, mi bici en la parte de atrás, Ian a mi lado contándome historias del otro lado de la ría. Me contaba cosas que ir a ver, apellidos de familias y batallitas que yo intentaba memorizar a toda costa porque sabía que me iban a servir.
El hecho de cruzar la ría me hacía ilusión; no había absolutamente nadie haciendo lo mismo así que me sentía afortunado. En una media hora llegamos al otro lado; Ian me pasó las cosas y se fue.

Ahí estaba yo, con todos los trastos desmontados, a los pies de un camino que comenzaba justamente allí; ya me contaréis quién iba a ver. Ese día recuerdo que no me crucé absolutamente con nadie hasta mi destino.
La playita de ese lado de la ría donde estaba era muy guay; hacía sol, no había nadie, me sentía el único habitante de esa zona, me esperaba por delante una semana de aventura. Miraba hacia el horizonte con cara de aventurero y forzando unas lagrimillas como si fuese una película y pensaba: «Al final lo he hecho, llevo 5 mesecitos en mi bicicleta dando guerra por unas islas en medio del pacífico»

El camino se ponía interesante; yo pedaleaba por un valle; entre montañas verdes y lagos con patos. Son los paisajes preciosos que encuentras cada vez que pedaleas o caminas por Nueva Zelanda un poco alejado de la carretera principal. Son esos sitios que siempre pienso diría si me preguntaran cuál es tu lugar preferido en Nueva Zelanda. Es algo que pienso a menudo. Cuando me preguntan que, al haber recorrido tanto, cuál es mi lugar preferido es difícil responder. No es ningún lugar en concreto; es cualquier camino, playa, bosque al que haya llegado simplemente buscando la aventura. El hecho de encontrarte con esos sitios tu solo para mí hace que sean los más bonitos.

Estuve pedaleando desde las 9:15 más o menos hasta las 17:00, con mi hora del almuerzo y mi media hora de siesta claro (de verdad que es de lo mejor de este curro, la media horita que me dejan de siesta). Hacía unos días, en Raglan, hablaba con Lucía de que echaba de menos hacer algo con las manos. Me di cuenta de que, al ir en bici y no tener nunca ningún sitio fijo, me es difícil estar envuelto en proyectos que requieran un poco más de tiempo. No podía ponerme a plantar cosas como había visto a gente hacer en Raglan, o ponerme a hacer pulseras, o a pintar cuadros o yo que sé, cualquier cosa que sea con las manos, a parte de hacer mis vídeos. Pero en cambio sí que podía ir a las granjas y ayudar con los animales o con lo que hiciese falta. Así que me apetecía hacer algo así y por eso me paraba por las granjas que encontraba.

Sobre las 17:00 ya estaba cansado y la luz era preciosa. Había un hombre alto, de ojos azules, con polo de rugby antiguo, pantalones muy subidos y cinturón de piel vieja muy apretado porque estaba muy flaco esquilando ovejas. Estuve un rato apoyado en la valla mirándole. No tenía otra cosa que hacer; estaba cansado y no me apetecía seguir en bici. A mi alrededor solo había colinas verdes, montañas altas, caballos con la mantita de invierno por encima, ovejas y muchas vacas. El sol se estaba poniendo y la máquina de esquilar no paraba. Herbert se dio cuenta de que yo estaba allí y me preguntó que qué hacía. Le dije que si le importaba si simplemente le miraba. Me preguntó que por qué no entraba y lo probaba. Salté la valla con una cara de emocionado tremenda y me puse mano a mano con él. Me enseñó cómo lo hace él y cómo podía ayudarle.
Mi trabajo consistía en pasar parte del rebaño del recinto grande a uno más pequeño sin mezclar a los machos grandes y hacerlas pasar poco a poco por un carril que iba a parar a él. Una vez allí la oveja se queda atrancada en una puerta que Herbert activa con el pie y así las puede esquilar.
La historia es que como había llovido tanto había que limpiarles el barro la parte trasera a las ovejas porque al día siguiente iban a venir a esquilarlas enteras y es un engorro si tienen la parte de atrás toda sucia.

Gil, la perrita pastora también me enseñaba a hacer el trabajo. Me encantaba ver eso de la perra pastora tan entregada con su trabajo; era como en las pelis. Yo me tiraba al suelo a jugar con ella y ella se moría de ilusión. Herbert me decía que hacía años que nadie le hacía cariños así. Claro para él es su compañera de trabajo.

Mientras esquilábamos Herbert me contaba sus historias. No era muy hablador pero creo que nos sentíamos ambos bastante a gusto juntos así que de vez en cuando nos contábamos algo. Yo esquilar muy bien no sé pero preguntarlo todo sí que se me da bien. Y le escuchaba atento. Herbert tenía la cara rojita del frío que hacía, los ojos muy azules, una sonrisa enorme, las manos echas polvo y un gran corazón. Algo que se podía ver desde lejos era que lo buenísima persona que era.

Después de un par de horas le dije que quizá ya era hora de retirarme y que nos veríamos mañana. Me invitó a cenar a casa. Fui a por un par de cosas, me di un paseo nocturno y a las 19:00 llegué a su casa. Allí estaba Nola que me recibió encantadora. Bajita, con pelo corto, muy tranquila y con la misma cara de buena persona que su marido.
Para cenar había pollo al horno con kumaras hervidas. La tele estaba de fondo hablando del tiempo, obviamente diciendo que iba a llover en todos sitios del país, como siempre. Herbert ahora sí me preguntaba más y me hacía el tipo de preguntas de hombre de campo; similares a las de mi padre la verdad. Preguntas acerca de la cantidad de agua cae al año en Alicante, qué frutas son las que tenemos, cuánta gente vive en donde vivo y cosas de esas. Al final estuvimos hablando, ellos con su clásico té por supuesto, hasta las 22:00 y luego me fui a dormir.

Me desperté con el sol amaneciendo tal cual veis en el comienzo del vídeo-capítulo 19. Son lugares que solo encuentras cuando te sales un poco del camino. La noche anterior me invitaron a dormir a su casa pero la verdad es que me hacía ilusión dormir en la tienda bajo las estrellas en un entorno así. Claro que una cama es más cómoda pero de verdad que la tienda tiene su romanticismo.

Desayuné con Nola «porridge» a las 7:30 de la mañana y me fui. «Porridge» es básicamente avena hervida. Es un desayuno caliente que os lo enseño en el vídeo y que desayunan todos los kiwis. Está bueno, es como una pasta de cereales. A mí me gusta. Dicen que alimenta un montón pero a mi ese desayuno me da un hambre que me muero. Siempre que desayuno porridge a la hora tengo un hambre que me comería una vaca. A mí me gusta más mi pan tostado con aceite de oliva (que por cierto cargo siempre con él), tomate restregado, un montón de sal y de postre plátano y si puede ser mezclado con yogurt. Con eso por lo menos aguanto un par de horas o tres.

Cuando estábamos cenando Herbert quiso llamar a las «Nikau Caves» que son unas cuevas profundas que hay naturales a unos 35 kilómetros e la granja para ver si podían enseñármelas. Pero no se acordaba del apellido de los que lo llevan. ¡Woodward! Le dije yo, ¡es verdad! dijo y me pregunto ¿Cómo lo sabes?, le dije que me lo había dicho Ian, el señor del barco de la ría. De algo había servido estar atento a las batallitas de Ian.

A medio día ya estaba llegando a Nikau Caves. El camino había sido una odisea. La ruta había ido cerca del mar; separada por uno 5 kilómetros de granjas, valles y ríos que acababan en acantilados. Se veían olas buenas. Yo muerto de ganas de explorar todos esos trocitos de playa que se veían, ¡trocitos de playa que seguramente no haya pisado nadie durante años! Es una de las cosas que desde siempre me ha llamado muchísimo la atención. Me muero de curiosidad de conocer la costa de los sitios, cómo es el agua, la arena, las rocas. Cuando voy en bici en este viaje muchas veces pienso que hay un montón de montañas que me pierdo del interior. Pero si lo estuviera haciendo al contrario y fuese en bici por el interior no podría aguantar. Muchas veces me paso horas mirando en los mapas cómo serían las playas de países que no conozco.

Todo iba bien hasta que la carretera se cortaba. Nola y Herbert me habían dicho que con la bici no tendría problemas. Pero madre mía, aquel río se había desbordado y la carretera, el puente, estaba todo hecho polvo. Tenía que cruzar por ahí sí o sí. Es decir, no había otra posibilidad. No iba a volver por el mismo camino hasta la ría de Raglan y llamar a Ian para decirle que soy un cagado, no iba a volver a casa de Herbert, no iba a echarme a dormir. No, había que cruzar como fuese y estaba seguro de que iba a hacerlo quisiera o no.
No había tiempo para discutir un rato conmigo mismo ni pensármelo ni hacer fotitos; había que cruzarlo cuanto antes porque hacia frío y estaba lloviendo. Crucé a la granja de al lado para ver si era menos profundo y sí que lo era. Así que pasé al otro lado todos los trastos y me descalcé. Las piedras eran bastante afiladas y el río llevaba corriente pero bueno, nada de otro mundo. Así que conseguí pasar el trailer e iba a por la bici cuando de repente ocurrió algo por lo que os habéis estado riendo durante toda esta semana.
Justo a punto de coger la bici un ruido tremendo me hizo darme la vuelta y darme cuenta de que mi carrito ¡se iba río abajo! Con mi tabla, mis trajes, mi toalla, mi comida, mi aceite de oliva, el trocito de queso brie que me quedaba, el saco de dormir, la tienda de campaña y unas toallitas de culo de bebé que llevo… ¡Se iba todo a la deriva! Adiós, hasta luego, gracias por todo…parte de mi vida se iba para siempre si no me daba prisa en cogerlo. Corrí como una gacela coja (podéis ver los extraños movimientos que hago para llegar hasta el carrito), lo agarré fuerte y lo saqué de aquel inferno. El pobre está sufriendo mucho en este viaje pero yo le intento compensar con largas conversaciones.
Si pudierais ver la cara que puse y la sensación que tuve al ver mis cosas río abajo os hubierais reído bastante más.

A los 10 minutos ya estaba de vuelta al curro y riéndome de mi mismo. Me quedaba poco para llegar a Nikau Caves y descubrir qué era aquello de las cuevas tan profundas con estalactitas y estalagmitas. Perdonadme pero vais a tener que esperar hasta el capítulo 20 para verlo.  Son muchas cosas divertidas que os tengo que contar y que no me daba tiempo en este, así que irán en el capítulo 20.

¡Espero que estéis viviendo y disfrutando de esta aventura tanto como yo lo estoy haciendo!
Todo lo que veis lo he grabado con un Nokia Lumia 1020, editado en una Surface Pro que llevo en una alforja y alojado en la nube con Office 365.

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