Día 1. Porto Torres – Porto Ferro

Antes de nada: hoy, mientras pedaleaba, miraba la foto de mi niña que llevo en el manillar y al fondo un extracto que arranqué de la guía para ciclistas de Nueva Zelanda. Y me he acordado de lo bueno que es el texto y de por qué vamos tanto en bici.
Me gustaría traducirlo y recordarlo porque es muy bueno: «El ciclismo es una manera genial de moverse y un deporte disfrutado por más de un millón de Neozelandeses. Si solo tres de cada 100 personas cogieran la bici en lugar del coche Nueva Zelanda se ahorraría más de un billón de dólares por año.
El ciclismo es la solución a la polución que mejora tu salud, aumenta tu productividad en la escuela o trabajo y ayuda a la seguridad de tu comunidad. Cada vez que montas en bici, tienes la oportunidad de contribuir a una «cycle friendly culture».
Es decir que cuanto más montamos en bici más contribuimos a que más gente monte en bici y por lo tanto a vivir en un mundo un poquito menos contaminado y más divertido 🙂

Anoche di como unas tres vueltas seguidas al mismo itinerario que pasaba por la plaza del pueblo. Eran las 23:30 y era sábado. Estoy en una isla en medio del mar; tendré que ir a ver qué pasa, ¿no? Pues no fui capaz de entrar al bar que mejor pinta tenía y en el que se oía un poco de reggae desde las calles del pueblo.
Las costumbres son las mismas que las nuestras. Me veo muy reflejado en ellos.
Porto Torres es un pueblo de como unos 10.000 habitantes. Quiero decir que no es demasiado pero no parecía eso anoche con la cantidad de gente que había por la calle. Hacen lo mismo que nosotros. Los restaurantes llenos a las 21:30, la gente por la plaza a las 23:00 dando un paseo y los jóvenes haciendo botellón debajo de los ficus de la plaza del pueblo.

Esta mañana he tardado como unas tres horas y media en montar todo el tinglado y organizarme. Creo que se debe a que es el primer día aun así no he parado de repetirme cómo es posible que a uno le hagan falta tantas cosas en una bici para dar la vuelta una isla, surfear, hacer fotos y grabar un documental. Tampoco es para tanto…

Las colinas están todas verdes. Huele a pino y hierbas aromáticas pero no parece que esté en una isla. Hay tantas ovejas y olor a húmedo que no me recuerdan a una isla del Mediterráneo. He recorrido una corta etapa preciosa desde Porto Torres hasta Porto Ferro. Quería venir hasta aquí porque había visto lo bonito que era este lugar y me habían dicho que hay buenas olas. Sé que no hay mar ni viento para que hoy hubiese olas; pero da igual; quería verlo.

He recorrido un par de kilómetros entre caminos de esos típicos de Formentera entre pinos y dunas pero con la diferencia de que había ovejas a ambos lados. Sé que muchos de los que leeréis esto os vais a reír porque siempre lo digo, pero es verdad, esto se parece a Nueva Zelanda! Está todo verde, se ve el mar, hay colinas y hay ovejas. Además también hay animales muertos en el arcén. Aunque no son Possums se parecen bastante; son zorros.

He pinchado el carrito y he volcado el carrito entre las dunas que me llevaban hasta Porto Ferro. Hay muchas raíces de los pinos y la arena ha hecho que pierda la estabilidad. Ya van dos pinchazos en dos días. Es decir, lo mismo que pinché en un año en Nueva Zelanda. No está mal la estadística como sigamos así.
Al parar a reparar el pinchazo he sacado todo lo que llevaba de comer. No me apetecía nada ver lo que estaba viendo y me he quedado esperando a que se arreglase solo. Una señora de tez y pelo muy oscuro, fumando un cigarro, con un bolso de plástico en una mano y un cigarro en la otra ha aparecido de la nada en el campo y me ha preguntado algo que no he conseguido entender muy bien. Ah, también venía con ella «Luna». Su perra.
Le he respondido que todo bien; que solo era un pinchazo; señalando a la cámara que ya había sacado. Le he preguntado si sabía cuánto quedaba hasta Porto Ferro y su expresión ha sido como si le preguntases a un Andaluz de Jerez de la Frontera a cuánto está de allí Vizcaya.

He seguido con mi camino porque no podía ser que faltara tanto como insinuaba la señora de tez y pelo oscuro con cigarro y bolso de plástico en la mano. Y he entre dunas y pinos, unos caminos muy similares a cualquier anuncio de esencia Mediterránea en el que los actores hacen paellas a la brasa, beben cervezas muy frías, y él se enamora de ella, he llegado a mi destino. Porto Ferro.

Se oía música reggae, se percibía olor a barbacoa, y todo el mundo parecía disfrutar de un domingo en tal increíble paraje. No me imagino como puede ser resto en verano pienso, pero desde luego lo que estoy viendo es totalmente salvaje. Tiene pinta de que puedo acampar esta noche. Es más, me apetece mucho porque el sitio es de lo más bonito que podía encontrarme. Al final de un camino que se dirigía hacia una torre vigía como las que hay en las playas de Villajoyosa he encontrado una casita de madera que tiraba humo por la chimenea.
Estaba al borde de un acantilado, escondida entre pinos y como con una calita particular. Dos barquitos de pesqua, tablas de windsurf y varias piraguas a los lados de la casa. He tocado a la puerta claro. A ver si me invitaban o a ver qué sucedía. Ha aparecido un hombre de unos 45 años con pinta de haber decidido querer vivir en esta tranquila caseta de madera con calita particular. Le contado que estoy dando la vuelta a la isla en bici y que si le importaba que acampase por aquí cerca.

Muy amablemente me ha respondido que no le importaba y ahora mismo alguien ha venido a tocarme a la tienda para ofrecerme un té calentito.

Mañana será un día nuevo.

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